Si
me parara encima de la H del letrero de "Hollywood" y con un
altoparlante futurista de largo alcance gritara "Hey you! Yes, you,
liar!", apuesto a que toda la comunidad fílmica dejaría de hacer lo que
está haciendo para preguntar a quien tenga enfrente: "¿son mis nervios, o
una voz del cielo me está llamando?".
Así es. Hollywood,
Bollywood, los Churubusco o los Pinewood, son fábricas de
entretenimiento soportadas en una de las acciones más viles del ser
humano: la mentira. Y nosotros, espectadores, adoramos que nos mientan.
Pagamos para que nos mientan durante dos horas, sin importarnos el
resultados. El cine es tanto una fábrica de sueños como lo es de
mentiras.
"Argo" (2012), de Ben Affleck es prueba de hasta
dónde puede influir el cine en nuestra realidad. Basada en la historia
verdadera de una absurda pero exitosa estrategia para sacar de Irán a 6
norteamericanos durante la crisis de los rehenes en en 1979. Tony
Méndez (Affleck, despojado de toda galanura) es un agente de la CIA
experto en extracción de rehenes a quien se le encomienda regresar sanos
y salvos a E.U. a los únicos 6 diplomáticos que lograron escapar de la
embajada de ese país en Teherán antes que los musulmanes secuestraran al
resto de los empleados. El plan de Tony es bizarro, pero es el menos
peor: hacerlos pasar por un equipo de filmación canadiense, en busca de
locaciones para una película de ciencia ficción llamada Argo".
Ahora escondidos en la casa del embajador de Canadá, los 6 fugitivos
desconfían del plan pero no tienen más opción que jugar sus roles:
director, camarógrafo, guionista, productor asociado... Y es así que de
pronto, para salvar sus vidas, juegan a ser cineastas.
Ben
Affleck no es mi hit, por lo que mis expectativas al entrar a ver la
peli eran muy reservadas. Pero después de 20 minutos, cuando entendí la
historia que estaban a punto de contarme, me entregué a su discurso. Sin
descubrir el hilo negro, sin encuadres arriesgados o subtramas, sin
mezclar peras con manzanas, Affleck logra un relato limpio, entretenido y
alejado del cliché de las películas de intriga internacional. Si bien
un poco redundante ya casi llegando al clímax, "Argo" coquetea de manera
estupenda con nuestro niño interior, ese que todos los días nos provoca
para pensar en cosas imposibles. Affleck se burla del "studio system" y
de la burocracia obtusa de Washington a través de su personaje de
Méndez y sus acciones. No se trata de explorar la psicología o el
momento sociopolítico en que se dio esta misión secreta-suicida. Ni de
juzgar quiénes eran los buenos y quiénes los malos (el prólogo de la
peli nos deja claro que en todos lados se cuecen habas). Éste es un
filme sobre la nobleza del cine y de cómo puede cautivar a la mente más
programada.
Hay una escena, tan bella por su simplismo, tan
noble por su contenido, que resume en unos cuantos segundos lo que
durante todas estas líneas he tratado de decir: cuando Méndez y sus
fugitivos necesitan explicar (mentir) a unos guardias la razón de su
estancia en Irán, uno de los 6, el único que habla farsi, muestra los
storyboards al estoico soldado y con onomatopeyas y gesticulaciones le
cuenta de qué trata la ficticia producción. Es entonces cuando nos damos
cuenta que el cine, citando a Goddard, es la mentira más hermosa del
mundo.
"Argo" es entretenimiento en su más puro estado, pero
invita a reflexionar sobre las posibles maneras de enfrentar al mounstro
de la violencia. La luz de la razón, cuando ilumina los fotogramas de
una película, puede conmovernos hasta las lágrimas.